el pozo

Un pozo de agua. Papel, boli. Una mano dispuesta a recorrer unas cuantas veces esas líneas, y un flujo de pensamientos que emergen en cada encuentro. Dejo huella de mis mejores momentos, de los más tristes, de los “no”, de las caídas, de amaneceres, de besos deseados, de abrazos inolvidables, de pesadillas (las nocturnas, y las más frecuentes… las diurnas). La mañana en que me reconocí más fuerte. Mi noche más débil. Mil lágrimas de odio y de felicidad, que se mezclan, pero igual dejan un mal sabor. Sonrisas y carcajadas. Fotos. Una flor marchita y aplastada pero que guarda una vida que quién pudiera!. Cada visita al pozo es única, más aún lo que arrojo en él. Acabo de escribir lo que siento, hago un bollito y tiro ese papel al agua. Se moja, y se hunde. Al día siguiente, otro papel, otra alegría, otra pena, otra esperanza… Cuando han pasado muchos días, miles de días… ese pozo empieza a decantar por su peso las historias más importantes, las frases más comprometedoras, y las sube de la profundidad con una fuerza que no permite que nada ni nadie las vuelva a hundir. Entonces si un día quiero recordar no me queda más que recoger alguno de esos papeles que flotan (no al azar). Los abro y los leo, el contenido me provoca inmensas sensaciones, hasta me transporta a esos momentos. Los estrujo fuerte contra el pecho. Cada uno de ellos es un pedacito de mi vida, pero vuelven al pozo, porque allí deben estar, hasta que sepan que los necesito. Para no cometer el mismo error, para recordar lo feliz que era, para ver lo paciente que pude ser y que ahora me parece imposible. Joder… q cabrón ese tío! A ella no la llamé más… Y si me quería?. Mi pozo es mi diario, donde dejo la huella cada vez q tengo algo para contar, para que luego haga su trabajo de fina selección, y se prepare para cuando necesite una señal… Querido diario: no me dejes nunca sin mi lección del día…